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El pecado mortal: su gravedad, consecuencias y remedios

Para salvarnos, debemos rechazar con valentía el pecado y remover los obstáculos que acumulan a nuestro paso los enemigos de nuestra alma; vivir en la gracia santificante, cumplir los divinos mandamientos y rezar cada día.

Después del pecado original, para conseguir la salvación eterna, tenemos que luchar enérgicamente contra el pecado, que es el enemigo número uno y en cierto sentido, el único que tenemos en frente. Tenemos que luchar también contra el mundo, el demonio y la carne, que no cesan de acumular obstáculos en nuestro camino como amigos y aliados del pecado. Si el mundo (es decir, los hombres que viven sin tener en cuenta la Ley de Dios), el demonio y la carne son tan peligrosos y temibles, es únicamente porque vienen del pecado y conducen a él. Nunca nos pondremos suficientemente en guardia contra este mortal enemigo de nuestra alma, porque por un sólo pecado mortal, podemos perdernos eternamente. En efecto, tener un pecado mortal es mil veces peor que tener el SIDA, cáncer y lepra juntos.

Examinemos brevemente lo que es el pecado mortal, cuál es su malicia, cuáles son los daños que nos hace, qué armas y remedios tenemos para luchar y triunfar de él y tener la paz en nuestra alma y familia.

¿Qué es el pecado mortal?

El pecado mortal es una transgresión, una desobediencia voluntaria a la Ley de Dios en materia grave. Es una rebeldía contra Dios. Dios tiene su Ley. En su infinita sabiduría ha sabido resumirla en los Diez Mandamientos. La Iglesia, con divina autoridad, ha añadido algunos otros, con el fin de hacernos cumplir con mayor facilidad y perfección los divinos preceptos.

Cuando el hombre, dándose perfecta cuenta de que lo que va a hacer está gravemente prohibido por la Ley de Dios o de la Iglesia, quiere hacerlo a pesar de todo, comete un pecado mortal que lo pone completamente de espaldas a Dios y le vincula a las cosas creadas, en las que coloca su último fin renunciando a la salvación eterna.

Para que un pecado sea mortal hay tres condiciones:

1. Advertencia perfecta por parte del entendimiento. Yo sé que algo es pecado.
2. Consentimiento perfecto, o plena aceptación por parte de la voluntad. Quiero hacerlo.
3. Materia grave prohibida por Dios.

Los efectos inmediatos del pecado son:

a) Aversión a Dios del que se separa voluntariamente el pecador al despreciar sus mandamientos, y es lo que constituye lo formal o el alma del pecado;

b) Conversión a las cosas creadas mediante su goce ilícito, que constituye lo material o el cuerpo del pecado.

He aquí algunos ejemplos de pecado mortal que conducen al infierno. San Pablo nos advierte: “Fornicación y cualquier impureza o avaricia, ni siquiera se nombre entre vosotros, como conviene a santos, ni torpeza, ni vana palabra, ni bufonerías… Porque tened bien entendido que ningún fornicario, impuro o avaro que es lo mismo que idólatra tiene parte en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con vanas palabras, pues por estas cosas descarga la ira de Dios sobre los hijos de la desobediencia. No os hagáis pues coparticipes de ellos” (Efesios 5, 3-7).

Dios mismo nos advierte hablando de pecados graves: “No os hagáis ilusiones, ni fornicarios, ni idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los maldicientes, ni los que viven de rapiña, heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6, 9-11). Sin embargo, las personas que se arrepienten y se confiesen de sus pecados reciben el perdón de Dios. (San Juan 20,20).

La malicia del pecado

Ninguna inteligencia creada o creable podrá jamás darse cuenta perfecta del espantoso desorden que encierra el pecado mortal. Rechazar a Dios a sabiendas y escoger en su lugar a una vilísima criatura en la que se coloca la suprema felicidad y último fin envuelve un desorden tan monstruoso e incomprensible, que sólo la locura y atolondramiento del pecador puede de alguna manera explicarlo.

El ejemplo de la pobre pastorcita de la que el rey se prendó y la desposó consigo, haciéndola reina, y que de pronto abandona el palacio real y se marcha en plan de adulterio con un miserable seductor, no ofrece sino un pálido reflejo de la increíble monstruosidad del pecado.

El mismo Dios, infinitamente bueno y misericordioso, que tiene entrañas de Padre para todas sus criaturas y que nos ha dicho en la Sagrada Escritura (Ezequiel 33, 11) que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, sabemos que por un solo pecado mortal:

1. Convirtió a millones de ángeles en horribles demonios para toda la eternidad.

2. Arrojó a nuestros primeros padres del paraíso terrenal, condenándoles a ellos y a todos sus descendientes al dolor y a la muerte corporal y a la posibilidad de condenarse eternamente aun después de la redención realizada por Cristo.

3. Exigió la muerte en la Cruz de su Hijo muy amado, en el cual tiene puestas todas sus complacencias para redimir al hombre culpable (San Mateo 17, 5).

4. Mantendrá por toda la eternidad los terribles tormentos del infierno en castigo del pecador obstinado.

Todo esto son datos de fe católica: es hereje quien los niegue. ¿Qué otra cosa podrá darnos una idea de la espantosa gravedad del pecado mortal, cometido de una manera perfectamente voluntaria y a sabiendas?

Efectos del pecado mortal

No hay catástrofe ni calamidad pública o privada que pueda compararse con la ruina que ocasiona en el alma un pecado mortal. Es la única desgracia que merece propiamente dicho nombre y es de tal magnitud, que no debería cometerse jamás, aunque con él se pudiera evitar una terrible guerra internacional que amenaza destruir a la humanidad entera, o liberar a todas las almas del purgatorio y del infierno.

Sabido es que, según la doctrina católica que no puede ser más lógica y razonable para cualquiera que teniendo fe, tenga además sentido común, el bien sobrenatural de un solo individuo está por encima y vale infinitamente más que el bien natural de la creación universal, ya que pertenece a un orden infinitamente superior: el de la gracia y la gloria.

Así como sería una locura que un hombre se entregase a la muerte para salvar la vida a todas las hormigas del mundo, vale más un solo hombre que todas ellas juntas, del mismo modo sería gran locura y ceguedad que un hombre sacrificase su bien eterno sobrenatural, por salvar el bien temporal y meramente humano de la humanidad entera: no hay proporción alguna entre uno y otro.

El hombre tiene obligación de conservar su vida sobrenatural, de vivir en la gracia a toda costa, aunque se hunda el mundo entero. He aquí los principales efectos que causa en el alma un sólo pecado mortal voluntariamente cometido.

Daños que nos causa el pecado mortal

1. Pérdida de la gracia santificante que hace el alma pura, santa, hija adoptiva de Dios y heredera de la vida eterna. Sin la gracia santificante nadie puede salvarse, porque es la gracia que nos hace hijos adoptivos de Dios.

2. Pérdida de las virtudes infusas (caridad, prudencia, justicia, fortaleza, templanza) y de los dones del Espíritu Santo, que constituyen un tesoro divino, infinitamente superior a todas las riquezas materiales de la creación entera.

3. Pérdida de la presencia amorosa de la Santísima Trinidad en el alma, que se convierte en morada y templo de Satanás.

4. Pérdida de todos los méritos adquiridos (mediante las buenas obras) en toda su vida pasada, por larga y santa que fuera.

5. Feísima mancha en el alma que la deja tenebrosa y horrible a los ojos de Dios. “El pecado, dice San Juan Crisóstomo, deja el alma tan leporsa y manchada que mil fuentes de agua no son capaces de lavarla”.

6. Esclavitud de Satanás. El que está en el pecado mortal es esclavo de Satanás “que es príncipe de los pecadores”, dice San Agustín.

7. Aumento de las malas inclinaciones. El pecador está debilitado y no puede fácilmente resistir contra el mal, le cuesta mucho trabajo hacer el bien.

8. Remordimiento e inquietud de conciencia; el que está en pecado mortal no tiene tranquilidad ni paz en su alma ni en su familia, ni en el trabajo.

9. Reato, es decir merecimiento de pena eterna. El pecado mortal es el infierno en potencia, es decir, el que está en pecado mortal puede en cualquier momento caer en el infierno para siempre.

Como se ve, el pecado mortal es como un derrumbamiento instantáneo de nuestra vida sobrenatural, un verdadero suicidio del alma a la vida de la gracia. Y pensar que tantos y tantos pecadores lo cometen con increíble facilidad v ligereza, no para evitarle al mundo una catástrofe, lo que sería ya gran locura, sino por un instante de placer bestial, por unos miserables pesos que tendrán que dejar en este mundo, por un odio y rencor al que no quieren renunciar y otras mil bagatelas y niñerías por el estilo.

Realmente tenía razón San Alfonso de Ligorio cuando decía que el mundo le parecía un inmenso
manicomio en el que los pobres pecadores habían perdido por completo el juicio.  Y, con razón también, la piadosísima reina Blanca de Castilla le decía a su hijo San Luis, futuro rey de Francia: “Hijo mío, preferiría verte muerto antes de verte cometer un solo pecado mortal”.

Es impresionante la descripción que hace Santa Teresa del estado en que queda un alma que acaba de cometer un solo pecado mortal (a ella se lo hizo ver el Señor de una manera milagrosa); dice que, si los pecadores lo supiesen, “no sería posible a ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se pueden pensar por huir de las ocasiones”. Se puede leer con provecho el libro llamado Sueños de San Juan Bosco.

Remedios contra el pecado

El que quiera asegurar la salvación de su alma, nada tiene que procurar con tanto empeño como evitar a toda costa la catástrofe del pecado mortal. Sería gran temeridad e increíble ligereza seguir pecando tranquilamente, confiando en realizar más tarde la conversión y vuelta definitiva a Dios. En gran peligro se pondría ese pecador de frustrar esa esperanza tan vana e inmoral. La muerte pude sorprenderle en el momento menos pensado, y se expone además, a que la justicia de Dios determine sustraerle en castigo de tan manifiesto abuso, la gracia eficaz del arrepentimiento, sin la cual le será absolutamente imposible salir de su horrible situación. Si se diera cuenta el pecador del espantoso peligro a que se expone, no podría conciliar el sueño una sola noche, a menos de haber perdido por completo el juicio. He aquí, indicados nada más, algunos de los medios más eficaces para salir del pecado mortal y no volver jamás a él:

1. Asistir al santo Sacrificio de la Misa. “Nos obtiene la gracia del arrepentimiento, nos facilita el perdón de los pecados». ¡Cuantos pecadores, asistiendo a Misa, han recibido allí la gracia del arrepentimiento y la inspiración de hacer una buena confesión de toda su vida!.

2. Confesión y comunión frecuente, con toda la frecuencia que sea menester para conservar y aumentar las fuerzas del alma contra los asaltos de la tentación. Por la salud del cuerpo tomaríamos con gusto todos los remedios y medicinas que el médico nos mandara. La salud del alma vale infinitamente más.

3. Reflexionar todos los días un ratito sobre los grandes intereses de nuestra alma y nuestra eterna salvación. La lectura diaria meditada de la vida de los Santos ayuda mucho.

4. Oración de súplica pidiéndole a Dios que nos tenga de su mano y no permita que nos extraviemos. El Padrenuestro bien rezado y vivido, ayuda mucho.

5. Huida de las ocasiones. El pecador está perdido sin esto. No hay propósito tan firma ni voluntad tan inquebrantable que no sucumba con facilidad ante una ocasión seductora. Es preciso renunciar sin contemplaciones a los espectáculos inmorales (se comete, además, pecado de escándalo y cooperación al mal, contribuyendo con nuestro dinero a mantenerlos) amistades frivolas y mundanas, conversaciones torpes, revistas o fotografías obscenas, películas, televisión e internet mal utilizados etc. Imposible mantenerse en pie si no se renuncia a todo eso. La felicidad inenarrable que nos espera eternamente en el cielo bien vale la pena de renunciar a esas cosas que tanto nos seducen ahora, sobre todo teniendo en cuenta que por un goce momentáneo nos llevarían a la ruina eterna.

6. Devoción entrañable a María, nuestra dulcísima Madre, abogada y refugio de pecadores. Lo ideal sería rezarle todos días el Santo Rosario, que es la primera y más excelente de las devociones marianas y grandísima señal de predestinación para el que lo reza devotamente todos los días; pero, al menos, no olvidemos nunca las tres avemarías al levantarnos y al acostarnos y sobre todo al experimentar la tentación, para que nos alcance la victoria.

7. Hacer regularmente los Ejercicios Espirituales de San Ignacio mediante los cuales el alma se da cuenta de la gravedad del pecado mortal, y de sus incalculables consecuencias en lo espiritual, social, económico y familiar.

Hay una muerte, un juicio, una eternidad feliz o infeliz. Con el pecado no se discute. Tenemos que salvarnos cueste lo que cueste.

Meditaciones

Los tres grados de la paciencia

I. El primer grado de la paciencia consiste en sufrir con resignación todo lo que nos acaece, sea de parte de Dios, sea por la malicia de los hombres o por nuestra propia culpa. ¿Es así como sufres? El santo varón Job soportó las mayores desgracias, repitiendo: El señor me había dado todo, Él me quitó todo: bendito sea su santo nombre. Medita estas hermosas palabras, repítelas en las aflicciones que te embarguen; no te inquietes, no murmures contra tu prójimo. Has de cansar la malicia de tus enemigos con tu paciencia (Tertuliano).

II. El segundo grado es desear ardientemente sufrir y buscar las ocasiones para ello. Así, San Eulogio presentó la otra mejilla para recibir una segunda bofetada y pidió que se le hiciese morir. Así es como tantos mártires anhelaron la muerte, como tantos penitentes buscaron el padecer. ¿No es verdad, acaso, que el fin de todos tus esfuerzos es evitar el sufrimiento? No te engañes, no hay otro medio para llegar al cielo que el de la cruz; si existiese otro más corto y agradable, Jesucristo nos lo hubiera enseñado.

III. El tercer grado de la paciencia es sufrir con alegría. Los apóstoles se regocijaban en los trabajos y tribulaciones; andaban llenos de gozo cuando habían sido reputados dignos de sufrir por Jesucristo. “Regocijaos -decía Nuestro Señor- si el mundo os aborrece, porque me ha aborrecido a mí antes que a vosotros”. Qué bello espectáculo es para Dios ver a un cristiano en lucha con el dolor (Minucio Félix).

La paciencia.

Orad por la conversión de los infieles.

Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo I; Patron Saints Index.

Artículos

Frutos y efectos de la Pasión de Cristo

Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica (Ill, 49) expone seis efectos de la Pasión. Cristo por su cruz nos liberó del pecado, del poder del demonio, de la pena del pecado, nos reconcilió con Dios y nos abrió las puertas del cielo; mereció su propia exaltación.

Ahora bien la Sangre divina derramada durante la Pasión llega hasta nosotros mediante los sacramentos cual canales que conducen el agua hacia muchos lugares para dar la vida y la salud. Hay dos sacramentos destinados a borrar el pecado: el bautismo y la penitencia, o sea confesión. El bautismo borra el pecado original y los pecados personales si el bautizado tiene el uso de razón. La penitencia borra los pecados cometidos después del bautismo.

¿Qué es la penitencia? “La penitencia es el sacramento por el cual nuestros pecados, cometidos después del bautismo, quedan borrados, en virtud de la absolución del confesor”.

¿Quién instituyó la Confesión? Nuestro Señor Jesucristo, el día de su resurrección, apareció a los Apóstoles que ya habían sido ordenados sacerdotes el Jueves Santoy les dió el poder de perdonar los pecados cuando dijo: “Recibid el Espíritu Santo: a quienes perdonareis los pecados, les quedan perdonados y a quienes los retuviereís, retenidos quedan” (San Juan 20,22). Dijo también: «Todo lo que atareis sobre la tierra, será también atado en el cielo y todo lo que desatareis en la tierra será también desatado en el cielo” (San Mateo 18, 18). Los Apóstoles comunicaron este poder a sus sucesores. Cada sacerdote lo recibe el día de su ordenación. Los que pretenden confesarse directamente con Dios van en contra de la palabra de Dios y se hacen gran daño a sí mismos y a los demás.

¿Qué dice la Iglesia? La Iglesia católica fundada por Cristo mismo, heredera legítima de los Apóstoles, guardián e intérprete exclusiva de la Sagrada Biblia, utilizó siempre el poder de perdonar los pecados. Mediante “el Concilio de Trento lanza anatema contra quien osara afirmar que este sacramento no tiene la virtud de perdonarlos pecados” (Denzinger 1701-1715).

Frutos de la Confesión: La confesión borra nuestros pecados, nos hace hijos de Dios devolviéndonos la gracia divina y los méritos de las buenas obras hechas anteriormente en gracia de Dios y que por el pecado se habían perdido. También recibe el alma nueva fortaleza para resistir y vencer las tentaciones, vivir en paz y alegría.

Para hacer una buena confesión se requiere que el penitente:

  1. haga un buen examen de conciencia;
  2. tenga dolor de sus pecados, junto con el propósito de no volver a cometerios;
  3. manifieste íntegramente los pecados que cometió;
  4. satisfaga la penitencia impuesta porel confesor,

El confesor bajo pena de pecado mortal tiene la obligación de guardar un silencio absoluto sobre la confesión…

Cuaresma, Tiempos Litúrgicos

La Semana Santa ¿semana de vacaciones o de luto?

Querido católico:

El Jueves Santo, el Viernes Santo y el Sábado Santo forman el Triduo Sacro. Son los días de la Semana Santa, de la semana más importante de la historia de la humanidad. Porque para nada hubiera servido la creación si no hubiera habido la salvación.

La Semana Santa es la semana de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Pasión significa sufrimientos, muerte de Cristo en la Cruz. Pasión, Redención, Salvación y vida eterna para nosotros están vinculadas. Sin los sufrimientos, la Cruz y la muerte de Cristo no hay salvación para tí, pecador ingrato.

Cristo se hizo nuestro cordero que carga con nuestros pecados. Cristo quiere “morir a fin de satisfacer en nuestro lugar a la justicia de Dios, por su propia muerte”, dice Santo Tomás de Aquino en su Suma Teológica (MI, 66, 4).

Cristo acepta ser maltratado, para que tú no lo seas eternamente; Cristo acepta ser flagelado para que tú no seas flagelado por los demonios y el fuego en el infierno.

Cristo acepta gustar la tremenda sed de la crucifixión y la muerte amarga de la cruz, para que tú no padezcas la sed eterna de felicidad. Cristo acepta ser deshonrado en la cruz para que tú no seas deshonrado y confundido en el día del Juicio final.

Y tú, hijo ingrato, ¿qué haces en esos días de la Semana Santa mientras que tu Señor está muriendo en tu lugar para salvarte? ¿Cómo los utilizas? ¿A dónde vas? ¿Por qué los profanas?

Si en esos días tu patrón te dispensa de trabajar porque es Semana Santa, Semana de luto, Semana de la muerte del Hijo de Dios; tú deberías saber muy bien que esos días santos no son días de vacaciones, ni de disipación, ni de playa. Son días de penitencia, de oración y de lágrimas.

El Hijo de Dios hecho hombre está luchando contra el demonio y la justicia divina para librarte. Sí, para librarte a ti y a tu familia del más grande peligro que pueda existir: el de la perdición eterna. Sábelo, incúlcalo a tus hijos para que sean agradecidos con su Salvador.

Es Dios mismo quien te lo dice: “Sin efusión de sangre no hay remisión de pecados” (Hebreos 9, 22). Y esa sangre que borra tus pecados es la de tu Bienhechor: Nuestro Señor Jesucristo. Sobre todo no digas que no has pecado y no necesitas del perdón. Si lo dijeras manifestarías tu gran ceguedad e ignorancia.

Ningún hombre puede conseguir por sí mismo el perdón de sus pecados. Debe buscarlo en otra parte: ¿dónde? en la Sangre del Hijo de Dios que murió en la Cruz el Viernes Santo. San Pablo dice: “En Él, por su Sangre tenemos la redención, el perdón de los pecados…” (Efesios 1,7).

El hombre no puede ofrecer sacrificio propiciatorio por sus pecados. Nuestro Señor Jesucristo se hizo propiciación por nuestros pecados. Él se ofrece el Viernes Santo en sacrificio propiciatorio por ti. Sólo, mediante la sangre de Cristo, puedes purificarte, puedes liberarte de las cadenas del pecado y de la tiranía del demonio.

Y en estos días durante los cuales Cristo está en los tormentos de la Cruz para merecerte la salvación, tú, pecador necesitado, tú te vas a la playa, a pasearte, divertirte, quizás acumular más pecados a los que ya hayas cometido. ¡Despiértate, hermano mío, despiértate de tu letargo! ¡Sé agradecido con tu Bienhechor! ¡Actúa como católico verdadero!

Ve al templo a ver y a escuchar lo que en tu lugar está padeciendo Cristo. Sábelo que la ingratitud atrae el castigo de Dios más bien que su misericordia. No seas pues ingrato, sino agradecido.

La gratitud cristiana consagra el Triduo Santo para conocer más lo que hizo Nuestro Señor Jesucristo por nosotros e impulsarnos a la penitencia, a la sincera conversión y enmienda de nuestra vida tibia y mediocre.

El Jueves Santo es el día en que el Señor Jesús antes de ir a su Pasión te dejó el Memorial de su muerte. Para aplicar los frutos de su Pasión a tu alma, instituyó el sacramento de su amor que es la Santa Eucaristía y el sacerdocio para consagrarla. Él dijo: “haced esto en memoria mía”, para recordarnos lo que padeció por puro amor hacia los ingratos que somos; para comunicar a nuestras almas la santidad y el remedio contra el pecado mediante la digna recepción de su Cuerpo. Y tú ¡irías a divertirte en ese día! No sabes que Cristo dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y Yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre está en Mí y Yo en él” (San Juan 6, 54-56). Y tú que pretendes ser discípulo de Cristo ¿por qué te privas del Pan celestial que sana, purifica, santifica y pacifica tu alma y tu hogar? Si por tu culpa no aprovechas del remedio que Cristo te ofrece ¿por qué te quejas de tener problemas en tu vida, familia y trabajo?

El Viernes Santo es para que grites con y en la Iglesia misericordia para tí mismo y para todo el género humano. El Viernes Santo es para que participes en las exequias de Cristo, escuchando el Evangelio de la Pasión y las Siete Palabras que son las últimas recomendaciones de Cristo, Nuestro Redentor.

Aprovecha el Viernes Santo para confesar con lágrimas tus iniquidades, lavar tu alma de la lepra del pecado con la Sangre de Cristo, participar en la Pasiónde tu Salvador, para tener parte con Él en su victoria.

El Viernes Santo, sufrió Cristo para merecerte el ser librado del pecado que es el más horrible cáncer que pueda existir, y del infierno que es la más grande de las desgracias. Y tú ¿irías de vacaciones con tantos otros neopaganos quizás para matarte en el camino de la ingratitud?

El Viernes Santo es para que hagas el Vía Crucis, medites lo que hizo y padeció por ti tu Señor; para darte cuenta de lo que merece el pecado. Lea los últimos capítulos de San Mateo, Marcos, Lucas y Juan o ve la Pasión de Cristo por Mel Gibson para que te des cuenta del precio que Cristo pagó para librarte del poder del pecado y del demonio, hacerte hijo de Dios y heredero de la vida eterna. Puedes también leer y meditar Reflexiones sobre la Pasión de Jesucristo por San Alfonso María de Ligorio y La Pasión del Señor por Fray Luis de Granada, o Las Siete Palabras de Cristo por Antonio Royo Marín.

El Viernes Santo es día de ayuno y penitencia, silencio y lágrimas y no día de playa y placeres.

El Sábado Santo es día de luto. Hombres y mujeres deberían vestirse con ropa de luto para acompañar a la Santísima Madre de los Dolores. El Sábado Santo debería servir para meditar con espanto lo que merece el pecado, porque si al Justo que cargó con nuestros crímenes así se le castiga, ¿qué será delculpable si muere con su pecado?

En resumen, hermano mío, escucha a Dios mismo que dice a cada uno de nosotros: “No tardes en convertirte al Señor, ni lo difieras de un día para otro; porque de repente sobreviene su ira, y en el día de venganza acabará contigo” (Eclesiástico, 5, 8).

Católico, aprovecha la Semana Santa para convertirte al Señor, porque la sincera conversión y el verdadero arrepentimiento aseguran el perdón de los pecados; dan paz al alma y, al fin, la vida eterna que pedimos por ti.

Santoral

San Juan De Dios

Confesor, nació el 8 de marzo de 1495 en Montemor-o-Novo, Portugal; murió el 8 de marzo de 1550 en Granada, España.

Este santo tenía más avidez de humillación y de menosprecio que la que tienen los hombres mundanos de honores y distinciones. Un día, una mujer lo colmó de injurias y lo trató de hipócrita, y él, secretamente, diole dinero, comprometiéndola a repetir lo dicho en la plaza pública. El arzobispo de Granada le reprochó, porque recibía en el hospital que administraba, a vagabundos y a personas poco recomendables; arrojose el santo a los pies del prelado diciéndole: “No conozco en el hospital a otro pecador fuera de mí mismo, que soy indigno de comer el pan de los pobres”. Otro día corrió en todas direcciones sacando enfermos del hospital, que estaba en llamas, y salió al cabo de una media hora sin la menor quemadura. De rodillas exhaló su último suspiro, abrazando a Jesús crucificado, cuya abnegación, mansedumbre y humildad tan bien había imitado.

Oración: Oh Dios, que después de haber abrasado con vuestro amor al bienaventurado Juan, lo hicisteis andar sano y salvo en medio de las llamas y por su intermedio enriquecisteis a vuestra Iglesia con una nueva familia, haced, en consideración a sus méritos, que el fuego de su caridad nos purifique de nuestras manchas y nos eleve hasta la eternidad bienaventurada. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo I; Patron Saints Index.

Meditaciones

Meditación sobre la mansedumbre

I. Practica la mansedumbre, ahoga con esmero los movimientos incipientes de la cólera; ¿qué ganas con satisfacer esta violenta pasión, que turba tu entendimiento y que atormenta a sus servidores y amigos? Acuérdate de la mansedumbre de Jesucristo. ¡Qué alegría experimentarás por haber reprimido este arranque! ¡Qué recompensa recibirás si te vences a ti mismo! Los que triunfan de sí mismos hacen violencia al cielo (San Cipriano).

II. Practica la suavidad, soportando el mal humor y las imperfecciones del prójimo. Quieres que te soporten tus defectos; es muy razonable que uses de igual indulgencia para con los demás. Ese carácter molesto que reprochas en tu hermano es un defecto de la naturaleza; acaso ella te trató a ti peor todavía, y te hizo más desagradable para el prójimo. Examina tus defectos y soportarás fácilmente los de los demás.

III. Practica la mansedumbre soportando que se te menosprecie. ¿Quién eres tú, en definitiva, para que tanto te cueste soportar desprecios? Tu nada y tus pecados muy merecido tienen este trato. Si te los conociesen dirían mucho más. ¿Y qué mal pueden hacerte ante Dios las palabras que te digan? Más aun, ¿qué corona no merecerías si las sufrieses con paciencia? Si fueses verdaderamente humilde, nada te costaría sufrir el desprecio y los malos tratos. La humildad suaviza todas las tribulaciones (San Eusebio).

Practica la mansedumbre.

Orad por los enfermos.

Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo I; Patron Saints Index.