Meditaciones

La vida es una guerra

I. Hemos de luchar en esta vida contra las potencias invisibles del infierno. Estemos alertas en todo tiempo y en todo lugar; pues los demonios vigilan siempre para atacarnos con ventaja; vigilemos también nosotros para defendernos victoriosamente. Sus armas son invisibles, nos atacan mediante malos pensamientos; defendámonos con las armas espirituales de la fe y de la confianza en Dios, e invoquemos a menudo el Santo Nombre de Jesús. El enemigo vigila sin cesar para perdernos y nosotros no queremos salir de nuestro sueño para defendernos (San Agustín).

II. Hay también otros enemigos, visibles, que son más peligrosos que los demonios. Guárdate de ellos; para ti los hombres son crueles enemigos; atacan tu virtud con sus malos ejemplos y sus perniciosos consejos, con sus burlas amargas, con el atractivo de las voluptuosidades que exponen ante tu vista. Tus parientes, tus amigos, serán a menudo los enemigos que más trabajo te darán y que opondrán más obstáculos a tu santificación; ármate de valor y rompe sus lazos.

III. Tú mismo eres el más cruel de tus enemigos: tienes un cuerpo que está en inteligencia con el demonio para perder tu alma. Es preciso abatir este enemigo mediante las austeridades, las mortificaciones. Rehúsa a tus sentidos los placeres ilícitos que te pidan; tampoco les concedas todos los permitidos; así es como sujetarás tu carne a la razón y tu razón a Dios. ¿Obras así? ¿Concedes a tu cuerpo todo lo que desea? Si estás en paz con tu cuerpo, haces guerra a Dios. La carne lucha sin cesar contra el espíritu; no cesemos pues de luchar contra la carne (San Agustín).

Tened fortaleza.

Orad por la extirpación de las herejías.

Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo I; Patron Saints Index.