Meditaciones

San Bartolomé, apóstol

I. Para ser un verdadero apóstol, es decir, un embajador de Cristo, hay que serle fiel, tomar a pecho los intereses de Dios a costa de los propios. Es lo que hace San Bartolomé; deja él todo para seguir a Jesucristo, para predicar su Evangelio; sacrifica sus placeres, sus intereses; hasta da su vida para ganarle almas y extender su reino. ¿Qué haces tú por la gloria de Jesucristo y por la salvación de las almas? Esto es sin embargo lo más agradable a Dios que puedes hacer.

II. Un embajador debe estar perfectamente instruido acerca de lo que quiere su príncipe, a fin de hacer su voluntad en todo. San Bartolomé ora a Dios cien veces al día, para saber cuál es la voluntad de Jesucristo, para implorar sus luces y su auxilio. Trabajes lo que trabajes, si tus acciones no están conformes con las miras de Dios, pierdes tu tiempo. ¿Cuántas veces rezas al día y cómo lo haces? Dios mío, ¡que se cumpla en mí vuestra santa voluntad!

III. Un embajador ha menester de prudencia para llevar a buen término los negocios de su señor; necesita valor para resistir a sus enemigos y dar su vida, si es preciso. San Bartolomé poseyó ambas cualidades. ¿Las tienes tú? Eres tan prudente en las cosas de este mundo, y un niño en las atinentes a tu salvación. Nada te resulta costoso cuando están en juego tus intereses, y el menor obstáculo te detiene cuando se trata de la gloria de Dios. ¡Ah! ¡cuán pocos verdaderos obreros apostólicos existen hoy! ¿Adónde se fue el espíritu de los apóstoles? ¿Dónde están la humildad, los trabajos, el celo de la primitiva Iglesia? (San Bernardo).

Meditaciones

Los tres grados de la paciencia

I. El primer grado de la paciencia consiste en sufrir con resignación todo lo que nos acaece, sea de parte de Dios, sea por la malicia de los hombres o por nuestra propia culpa. ¿Es así como sufres? El santo varón Job soportó las mayores desgracias, repitiendo: El señor me había dado todo, Él me quitó todo: bendito sea su santo nombre. Medita estas hermosas palabras, repítelas en las aflicciones que te embarguen; no te inquietes, no murmures contra tu prójimo. Has de cansar la malicia de tus enemigos con tu paciencia (Tertuliano).

II. El segundo grado es desear ardientemente sufrir y buscar las ocasiones para ello. Así, San Eulogio presentó la otra mejilla para recibir una segunda bofetada y pidió que se le hiciese morir. Así es como tantos mártires anhelaron la muerte, como tantos penitentes buscaron el padecer. ¿No es verdad, acaso, que el fin de todos tus esfuerzos es evitar el sufrimiento? No te engañes, no hay otro medio para llegar al cielo que el de la cruz; si existiese otro más corto y agradable, Jesucristo nos lo hubiera enseñado.

III. El tercer grado de la paciencia es sufrir con alegría. Los apóstoles se regocijaban en los trabajos y tribulaciones; andaban llenos de gozo cuando habían sido reputados dignos de sufrir por Jesucristo. “Regocijaos -decía Nuestro Señor- si el mundo os aborrece, porque me ha aborrecido a mí antes que a vosotros”. Qué bello espectáculo es para Dios ver a un cristiano en lucha con el dolor (Minucio Félix).

La paciencia.

Orad por la conversión de los infieles.

Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo I; Patron Saints Index.

Meditaciones

Meditación sobre la mansedumbre

I. Practica la mansedumbre, ahoga con esmero los movimientos incipientes de la cólera; ¿qué ganas con satisfacer esta violenta pasión, que turba tu entendimiento y que atormenta a sus servidores y amigos? Acuérdate de la mansedumbre de Jesucristo. ¡Qué alegría experimentarás por haber reprimido este arranque! ¡Qué recompensa recibirás si te vences a ti mismo! Los que triunfan de sí mismos hacen violencia al cielo (San Cipriano).

II. Practica la suavidad, soportando el mal humor y las imperfecciones del prójimo. Quieres que te soporten tus defectos; es muy razonable que uses de igual indulgencia para con los demás. Ese carácter molesto que reprochas en tu hermano es un defecto de la naturaleza; acaso ella te trató a ti peor todavía, y te hizo más desagradable para el prójimo. Examina tus defectos y soportarás fácilmente los de los demás.

III. Practica la mansedumbre soportando que se te menosprecie. ¿Quién eres tú, en definitiva, para que tanto te cueste soportar desprecios? Tu nada y tus pecados muy merecido tienen este trato. Si te los conociesen dirían mucho más. ¿Y qué mal pueden hacerte ante Dios las palabras que te digan? Más aun, ¿qué corona no merecerías si las sufrieses con paciencia? Si fueses verdaderamente humilde, nada te costaría sufrir el desprecio y los malos tratos. La humildad suaviza todas las tribulaciones (San Eusebio).

Practica la mansedumbre.

Orad por los enfermos.

Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo I; Patron Saints Index.

Meditaciones

Meditación sobre las señales de nuestra predestinación

I. Nadie sabe en este mundo si es un predestinado o un réprobo. Con todo, hay señales de predestinación que son casi infalibles. Si Dios te envía aflicciones, y tú las recibes con sumisión y paciencia, es una señal de que irás al cielo con Jesucristo, pues llevas su cruz y te conformas con este modelo de predestinados. Tiembla pues, tú, dichoso en este mundo, que gozas de los placeres y que todo tienes a medida de tu deseo: sigues las huellas del rico epulón; vas por camino contrario al que Jesucristo te dijo que siguieras para llegar al cielo. Es menester entrar en el reino de los cielos por muchas tribulaciones (Hechos de los Apóstoles).

II. Otra señal de predestinación es el buen uso del sacramento de la Penitencia. Pecar es flaqueza común a todos los hombres, pero sólo es de los elegidos el hacer buena penitencia. ¿Te confiesas a menudo? ¿No te expones a morir en pecado difiriendo tu conversión? ¿No recaes en los pecados graves que confesaste? ¿Los remordimientos de tu conciencia te dan a entender que tu vida es mala? ¿Los escuchas? ¿Los apaciguas descargándote lo antes posible del peso de tus culpas?

III. También son señales de predestinación el celo por la limosna y las obras de misericordia corporal y espiritual, la piedad para con Jesucristo moribundo en la cruz u oculto en la Santa Eucaristía, la devoción a la Santísima Virgen; mira si hay en ti estas señales de predestinación, todas o algunas por lo menos. Examínate. Si las hallas en ti, alégrate y ten confianza en la misericordia de Dios. Me parece que reconozco algunas señales de tu vocación y de tu predestinación (San Bernardo).

Práctica de las obras de misericordia.

Orad por las necesidades de la Iglesia.

Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo I; Patron Saints Index.

Meditaciones

La vida es una guerra

I. Hemos de luchar en esta vida contra las potencias invisibles del infierno. Estemos alertas en todo tiempo y en todo lugar; pues los demonios vigilan siempre para atacarnos con ventaja; vigilemos también nosotros para defendernos victoriosamente. Sus armas son invisibles, nos atacan mediante malos pensamientos; defendámonos con las armas espirituales de la fe y de la confianza en Dios, e invoquemos a menudo el Santo Nombre de Jesús. El enemigo vigila sin cesar para perdernos y nosotros no queremos salir de nuestro sueño para defendernos (San Agustín).

II. Hay también otros enemigos, visibles, que son más peligrosos que los demonios. Guárdate de ellos; para ti los hombres son crueles enemigos; atacan tu virtud con sus malos ejemplos y sus perniciosos consejos, con sus burlas amargas, con el atractivo de las voluptuosidades que exponen ante tu vista. Tus parientes, tus amigos, serán a menudo los enemigos que más trabajo te darán y que opondrán más obstáculos a tu santificación; ármate de valor y rompe sus lazos.

III. Tú mismo eres el más cruel de tus enemigos: tienes un cuerpo que está en inteligencia con el demonio para perder tu alma. Es preciso abatir este enemigo mediante las austeridades, las mortificaciones. Rehúsa a tus sentidos los placeres ilícitos que te pidan; tampoco les concedas todos los permitidos; así es como sujetarás tu carne a la razón y tu razón a Dios. ¿Obras así? ¿Concedes a tu cuerpo todo lo que desea? Si estás en paz con tu cuerpo, haces guerra a Dios. La carne lucha sin cesar contra el espíritu; no cesemos pues de luchar contra la carne (San Agustín).

Tened fortaleza.

Orad por la extirpación de las herejías.

Fuentes: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo I; Patron Saints Index.

Meditaciones

Sobre la verdadera gloria

I. Cristiano, ¿en qué haces consistir la verdadera gloria? Si tienes el espíritu del mundo, me responderás: “La verdadera gloria consiste en las riquezas, en las dignidades, en los honores, en el saber”. Para adquirir esta falsa reputación, expónense los bienes, la salud, la vida, el alma. ¿Para qué te servirá esta gloria después de la muerte? ¿Qué importa a los condenados que los alaben donde ya no están, si son torturados donde están? (San Agustín).

II. La verdadera gloria procede de Dios; servir a un tan grande Señor es ya ser rey. ¡Qué dicha contar con la aprobación de Dios y de la corte celestial y esto por toda una eternidad! Además, ¿qué gloria humana puede compararse con la que los santos reciben aquí abajo durante su vida y después de su muerte y con la que gozan en el cielo? Ambicioso, he aquí algo con qué contentarte: el mundo no tiene sino un falso esplendor, Jesucristo tiene para ti honores y recompensas sólidas y eternas; búscalos, si amas la gloria. Si nos seducen las riquezas y los honores, que sean las verdaderas riquezas y los verdaderos honores (San Euquerio).

III. Para adquirir esta gloria es preciso despreciar la del mundo, es menester hacer grandes cosas y soportar grandes sufrimientos por Jesucristo. He ahí los tres grados por donde se ha de subir a la gloria. ¿Has despreciado tú la gloria del mundo? ¿Qué cosa grande has emprendido por Jesucristo? ¿Qué has sufrido? Comienza por las cosas pequeñas: no te faltarán ocasiones, no faltes tú mismo en las ocasiones.

Vivid en humildad.

Orad por el acrecentamiento de esta virtud.

Fuente: Martirologio Romano (1956), Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J., Tomo I; Patron Saints Index.