Meditaciones

El mundo es un gran libro

I. El mundo es un gran libro en el cual San Antonio aprendió a amar a Dios y Santa Juliana a conocerlo. En este libro hay creaturas que nos representan la bondad de Dios. El sol y la luna nos alumbran, la tierra nos da frutos y flores para nuestro alimento y nuestro recreo. Consideremos estas creaturas, y demos gracias a Dios que nos las dio como otras tantas prendas de su amor. ¡Ah! si la tierra nos ofrece a la vista tantas cosas admirables, ¿qué delicias no nos reservará el cielo? Si el destierro es tan hermoso, ¿cuánto no la será la patria? (San Agustín).

II. Al lado de esas creaturas tan admirables, hay otras, en el mundo, que nos molestan y nos incomodan. Si en ocasiones ponen a prueba tu paciencia, agradece a Dios que te recuerda, por este medio, que estás en un lugar de destierro y no en tu patria. Sufre con paciencia, diciéndote a ti mismo: Si tanto hay que sufrir en este mundo, ¡cuáles no serán los tormentos de los condenados en el infierno!

III. Considera que en la tierra todo es pasajero, que en el cielo todo es eterno. Los hombres mueren, cambian las estaciones, sucédense los imperios, el mundo pasa, y tú también como él: tu vida y tus placeres huyen, lo que ves no es sino belleza fugitiva o, mejor dicho, un ligero rayo de la belleza permanente y eterna de Dios (Tertuliano).

Haz consideración de las obras de Dios.

Orad por la conversión de los infieles.

Meditaciones

Sobre San Benito y Santa Escolástica

Santa Escolástica y San Benito

I. ¡Oh, cuán hermosa es la fraternidad fundada sobre el amor de Dios más aun que sobre la comunidad de la sangre! ¡Cuán bueno, cuán agradable es habitar en común, cuando la amistad está sellada con la misma fe, las mismas esperanzas y el mismo amor! ¡Cuán dulces son las conversaciones que tienen como tema a Dios! Hagamos reinar entre los nuestros esta amistad santa, tan provechosa para el alma. Que las alegrías del cielo, y no las vanidades de la tierra, sean la materia de nuestras conversaciones, y contribuiremos a hacernos unos a otros, mutuamente, dichosos en este mundo y en el otro.

II. San Benito se queja a su hermana de impedirle el regreso a su monasterio. “Que Dios te perdone –le dice–; ¿qué has hecho, hermana mía?” “Te pedí una gracia –le responde ella– y me la rehusaste; me dirigí a Dios y Él me ha escuchado”. Por buenos que sean nuestros parientes, Dios es mucho mejor aun. Cuando vuestra madre os olvidare –nos dice Él mismo–, Yo no os olvidaré. Pedid y recibiréis –nos dice Jesucristo–. Todo lo que pidiereis a mi Padre en mi nombre, Él os lo concederá. Reanimemos, pues, nuestra confianza; si nada obtenemos, es porque nos falta confianza.

III. Dios no sólo oye las oraciones de los que lo aman, sino aun los deseos de sus corazones. Santa Escolástica ni una palabra pronuncia; esconde su cara entre las manos para llorar; y, cuando levanta su frente, ha sido ya escuchado su deseo. Si queremos que nuestros anhelos sean acogidos por Dios, no tengamos, como nuestra santa, sino deseos puros. Si desea ella tener consigo a su hermano por más tiempo, es para hablar con él de las cosas del cielo. Oh Señor, poned en nuestros labios oraciones dignas de un cristiano, y dad a nuestros corazones deseos que podáis satisfacer.

Tened caridad en nuestras relaciones con el prójimo.

Orad por vuestra familia.

Meditaciones

Meditación sobre las enfermedades

I. Si padeces alguna enfermedad, recuerda que Dios te la envía para ejercitar tu paciencia; convierte en mérito el sufrir con resignación lo que no puedes evitar, hagas lo que hagas. Tus murmuraciones, tus impaciencias, no harán sino irritar tu mal y volverte desagradable a los demás y a ti mismo. ¿Cómo te conduces en tus enfermedades?

II. Sufre por amor a Jesucristo los dolores que te envía; son los dones y presentes que hace a sus amigos. Ofrécele todo lo que sufres; dile: “Señor, aumenta mi dolor, pero aumenta mi paciencia”. Piensa en lo que han sufrido los santos por Jesús; piensa en lo que Jesús ha sufrido por ti; pon tus ojos en su cruz, muy liviana te parecerá la tuya, y dirás: ¿Qué son estos sufrimientos en comparación de los de mi Dios?

III. Piensa en los suplicios del infierno que has merecido por tus faltas; este pensamiento te hará encontrar agradables tus dolores y te impedirá recaer en tus pecados. ¡Dios mío, soportaré tormentos mucho más crueles, si me prolongáis la vida para darme tiempo de hacer penitencia! Si no puedo soportar sin gemir un dolor tan breve, acompañado de todo el alivio posible, ¿cómo podría aguantar las penas del infierno? Los dolores sin fin de la otra vida pueden ser redimidos en ésta (San Euquerio).

Tened devoción a los Santos.

Orad por los enfermos.