Meditaciones

Sobre la manera de vivir como hombre de mundo y como buen cristiano

I. No debemos tener miedo de disgustar a los hombres, de atraernos su desprecio y de llegar a ser objeto de sus burlas, si ello es necesario para hacer que Dios nos ame y estime. Hemos de salvarnos, cueste lo que cueste. De lo dicho, sacamos dos conclusiones: nada debemos hacer contra Dios por temor a los hombres, y nada debemos omitir de lo que pueda contribuir a su gloria, con la mira puesta en atraernos su estima y su amistad. No trabajamos para los hombres: ellos no nos recompensarán ni nos castigarán después de esta vida; Dios sólo nos puede hacer felices durante la eternidad.

II. Se puede, sin embargo, vivir como hombre de mundo y como buen cristiano, pues las máximas del Evangelio están de acuerdo con la razón. Sé bueno y afable, haz bien a todo el mundo, aun a tus enemigos; ponte por debajo de todos los demás mediante una sincera humildad, nunca hables mal de nadie; de esta manera cumplirás con todos los deberes de un hombre de mundo y de un buen cristiano.

III. Ten cuidado, empero, de no dejarte llevar de la vanidad. No cumplas estos deberes de cortesía, no ejerzas esta caridad, no practiques esta humildad, con el fin de conquistar una alta reputación; ten sólo la intención de agradar a Dios, cuyos mandamientos cumples, cuya imagen consideras en tu prójimo. Si así te comportas, serás doblemente recompensado: los hombres te admirarán, y Dios te estimará. Por lo contrario, si trabajas para los hombres, te pagarán sólo con ingratitud y Dios no te recompensará; para facilitarte la práctica de esta virtud, ve siempre a Dios en la persona de tu prójimo. ¿Viste a tu prójimo? Has visto a Dios (Clemente de Alejandría).

Tened piedad.

Orad por vuestros parientes.

Meditaciones

Sobre las persecuciones

I. La virtud es perseguida en el mundo; no es su centro, ni el lugar de su reposo. Prepárate a sufrir los insultos de los hombres, si quieres vivir como servidor de Jesucristo. El discípulo no es más que su maestro. ¡Qué dicha para mí, dulce Jesús mío, ser maltratado como Vos, y por amor vuestro! ¡Oh mundo infiel, cuán agradables me resultan tus persecuciones, pues me hacen amigo de Dios! ¡Oh siglo, qué culpable que eres! ¡Para hacer felices a tus amigos, los haces enemigos de Dios! (San Bernardo).

II. No te inquietes por lo que el mundo diga de ti; el mundo es un insensato que no juzga sino por pasión. Trata de contentar a Dios y a tu conciencia, y deja que hable el mundo y sus adoradores. Empero, combate con tus palabras sus falsas máximas, y con la santidad de tu vida sus malos ejemplos; prepárate a sufrir afrentas, burlas y calumnias, que son la copa que prepara para los discípulos de Cristo, y di con San Pablo: Si yo agradase a los hombres, no sería servidor de Jesucristo.

III. Persevera constantemente en la práctica de la virtud, sin mirar nunca atrás; resiste todos los ataques del mundo; es el modo de vengarte noblemente de este enemigo de tu virtud; dejará de atacarte cuando reconozca que eres invencible. Ruega a Dios por aquellos que te proporcionan la ocasión de practicar la paciencia. Tus oraciones y tus buenos ejemplos harán, con harta frecuencia, que tus perseguidores te admiren y te imiten.

Meditad en el desprecio del mundo.

Orad por las congregaciones religiosas.